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jueves, 20 de septiembre de 2012

Mitos y verdades

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 4:43, under | No comments

Te invito a que dediques unos minutos de atención a este video, de seguro aprenderás algo

miércoles, 22 de agosto de 2012

10 consejos para escribir buenas historias

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 16:10, under | No comments


Ricardo Silva Romero propone algunas recomendaciones para tener en cuenta a la hora de escribir. Sus consejos revelan los secretos detrás de ese proceso creativo, íntimo y solitario, que es hacer literatura.

Allá usted

1. Yo, de ser usted, no corregiría lo que hasta ahora estoy escribiendo, no corregiría las primeras 24, 48, 72 páginas de la novela que por fin pude empezar, porque cuando se revisa lo escrito mucho antes de ser terminado suele correrse el riesgo de llegar a la conclusión de que se está haciendo basura. ¿Y si se está haciendo basura entonces qué?: ¿empezar de nuevo? Yo, de ser usted, sólo me sentaría a leer lo que he escrito unas semanas después de haberle puesto el punto final. Si es malo, si no está a la altura ni de sus ideas ni de sus expectativas, por lo menos tendrá en las manos un relato de principio a fin que puede salvarse en la corrección, en la edición. 

2. Yo, de ser usted, escribiría sobre lo que sé aun cuando en un principio no lo sepa.
3. Yo, de ser usted, no escribiría nada profundo, no encararía los temas trascendentales que en teoría ha tratado la literatura desde el principio de los tiempos (pues aparecerán así uno no quiera, estarán en el texto pase lo que pase), sino que acompañaría pequeñas vidas y pequeñas líneas que traten de ponerse a la altura de sus pequeños destinos. Iría frase por frase como quien lleva a alguien de una orilla a la otra, paso por paso. Me preocuparía por poner en escena lo que me imagino como un director que tiene en sus manos un guión. Me preocuparía por encontrar las palabras exactas. Me contentaría con dejar escrita la idea que se me ocurrió como si bastara con terminarla. Y punto. Evitaría lo grave porque lo grave, de los entierros a las juntas directivas, da risa nerviosa. Porque lo demasiado serio da risa. Y lo hondo está adentro de cada quien. Un texto literario –un poema, un drama, un relato- tiene la profundidad de un pentagrama, la profundidad que cada cuál quiera encontrarle: un texto literario depende del talento de su intérprete.

4. Yo no menospreciaría el humor. No apagaría mi sentido del ridículo mientras estoy escribiendo. No me tragaría un solo chiste que venga al caso. No descartaría la parodia pues, en estricto sentido, la literatura no es más ni menos que eso. Jugaría. Haría guiños. Caería, de tanto en tanto, en los clichés: así es la vida. No despreciaría el sentimentalismo, no, ni mucho menos lo confundiría con la sensiblería. Tampoco rechazaría el efectismo: no me daría vergüenza conseguir frases que agüen los ojos, que den risa, que den miedo. No menospreciaría, tampoco, ningún medio: ni cine ni canción ni televisión ni radio ni internet. No menospreciaría la gracia de un best seller. Me reiría de todo, en suma, pero no menospreciaría nada.

5. Yo no le temería a ser local. Yo, de ser usted, escribiría para los lectores de acá: no me sentiría ni por encima ni por debajo de los lectores de acá. ¿Por qué? Porque, para empezar, usted lo es: y usted es ese lector al que usted le está escribiendo.

6. Yo, de ser usted, escribiría en mi propia lengua: en mi propio castellano. Yo no estaría pensando en cómo hacer para que me entiendan más allá de mi ciudad. ¿Por qué? ¿Para qué? Yo no me censuraría la jerga de mi propio mundo como no se la censuraron los novelistas rusos del siglo 19 ni se la censuran los narradores gringos de estos tiempos. Pensaría a tiempo que si a usted no le cuesta sangre leer a los argentinos o a los españoles o a los mexicanos (usted no va a hacer mala cara cuando le presenten a “una mina”, usted entiende si le gritan “gilipollas” y sabe qué es “una torta de jamón” si se la ofrecen), probablemente a ellos les cueste aún menos leerlo a usted. 

7. Me aferraría a un buen personaje: pues un buen personaje –definición: una persona que no consigue fingir que es otra- es un ejemplo de un hecho humano que no se alcanza a comprender ni se puede articular de otra manera: una muestra gratis del misterio. Me aferraría a un personaje al que conociera lo mucho y lo poco que se puede conocer a una persona. Y como en cualquier obra dramática, pensando en un primer acto de presentación, en un segundo acto plagado de obstáculos para alcanzar un destino y en un tercer acto de resolución, lo pondría a vivir lo peor que puede pasarle en la vida, lo pondría a explorar si en verdad, como yo sospechaba en un principio, está a la altura de su vida. Eso: de ser usted, yo sabría para dónde voy antes de empezar a escribir así termine, al final, en otra parte.

8. Yo me preguntaría, en el caso de que mañana en la mañana se me ocurriera ser escritor, qué tanto me interesa el lector, qué tanto me importa que baje por la escalera de mis versos o pase página a página todas mis páginas hasta llegar al final. Yo, de ser usted, escribiría para que alguien me leyera de la primera línea a la última. Pero, como suele decirse, escribiría el texto que quiero leer. Ni más ni menos. Si llegara a la extraña conclusión “quiero que lo que escriba sea un libro”, me preguntaría por qué no puede estar en otro medio: qué hace, en tiempos de internet, que un libro sea un libro. Me entregaría después a mi editor de confianza. Y caería en cuenta entonces de que, si lo que se ha escrito es un libro, usted no es más que parte de un equipo: que falta corregirlo, editarlo, diseñarlo, imprimirlo y entregárselo al lector. Ni más ni menos.

9. Yo, de ser usted, no me comería el cuento de la escritura. Por ejemplo: yo no diría jamás “un libro es como un hijo”, yo iría preparando el alma para que mis colegas –los jóvenes, los de mi edad, los viejos- se convirtieran en mis principales influencias, iría alistándome para cambiar la envidia de que alguien publique algo por la alegría de que alguien escriba lo que usted no puede escribir. Huiría a toda costa de la solemnidad. Me relativizaría. No perdería de vista que la fama borrosa y tranquila que trae la publicación, aun cuando tenga resonancia en la prensa, se parece a la fama de un plomero con unos cuantos clientes. Me daría risa mi pequeña fama, sí: una fama en la que aplican tantas condiciones y restricciones. Le haría caso a Paul Simon: So you want to be a writer? / But you don’t know how or when? / Find a quiet place / Use a humble pen: me sentaría en el ojo del huracán. No olvidaría que escribir ficciones es otro gesto infantil, otra manera de articular la experiencia en el mundo, y nada más. No olvidaría que el oficio del escritor es uno entre los mil y un oficios del mundo: otra clase de carpintería. No le recibiría todos los consejos a mi ego. En fin. Yo, de ser usted, no me comería el cuento: punto. Simplemente, trabajaría.

10. Pero eso soy yo. Allá usted. Eso soy yo, que he escrito “yo” veintidós veces en este texto porque escribo para vivir en paz conmigo mismo, para deshacerme una por una de mis formas de ser; porque escribo –y esta es sólo una de las mil razones para hacerlo- simplemente porque se me ocurren las ideas y no descanso en paz hasta que no las dejo hechas. Repetía mi amigo Germán: “cada cuál hace sus cosas”. Y así es. La gracia de escribir es que cada quién halle sus reglas, que cada quién haga, en últimas, lo que le dé la gana. ¿Porque qué importa? ¿Porque cuál es la Fifa o el Vaticano que aplasta esta vocación? ¿Porque quién nos va a castigar por hacerlo así o de otra manera? ¿Porque qué tan grave es escribir un libro que tenga pocos lectores, qué tan grave es que un lector perdido en sí mismo que sepa pronunciarlo nos diga “usted no es Coetzee”? Porque todos los libros, desde esos preciosos textos en los que nada más seguimos a una voz hasta esas tramas macabras que no nos dejan irnos a dormir hasta que no las terminamos, desde esos juegos experimentales que nos exasperan pero nos fascinan hasta esos relatos contenidos que nos cargan de poesía, desde los más comprometidos con la fantasía hasta los más comprometidos con la realidad, están en todo su derecho.

Tomado de: Revista Arcadia

sábado, 7 de abril de 2012

El arte de poner comas

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 20:02, under | No comments

Por: Isabel Alamar
El uso correcto de los signos de puntuación es fundamental a la hora de redactar cualquier tipo de texto.

Debemos saber que el buen empleo de las comas nos permite, entre otras cosas, lograr una adecuada entonación de cualquier frase, así como conseguir la claridad en el mensaje que queremos transmitir.

La coma indica una pausa breve que se produce dentro del enunciado. Y, en la mayoría de los casos, la coma se corresponde con una pausa en la entonación, pero hay casos en los que la coma es obligada en la escritura sin que exista pausa obligada en la entonación.

—Sí, señor (se pronunciaría todo seguido).

—Y, en efecto (se pronunciaría todo seguido sin pausas).

—Así, pues (lo mismo se pronunciaría sin hacer pausas).

El uso de la coma no siempre es indiscutible, pero un mal uso de ella —como por ejemplo el exceso o falta de comas— puede hacer incomprensible cualquier texto, ya que el cambio o supresión de este signo de entonación puede transformar totalmente el sentido de una frase.

De hecho, la coma sirve para resolver ambigüedades:

—No sé bailar, bien lo sabes.

—No sé bailar bien, lo sabes.

Vamos, seguidamente, a dividir este estudio sobre las comas en tres apartados: comas obligatorias, comas opcionales y usos incorrectos de las comas.

Y espero que el siguiente artículo les pueda ser de alguna utilidad.



Comas obligatorias

Se emplea para separar los miembros de una enumeración (grupos de palabras de igual clase o función), salvo el último elemento si éste va precedido por las conjunciones: y, e, o, u. Por último y en general, se separan siempre con comas dos complementos del mismo tipo.

—Se trata de un hombre muy reservado, estudioso y trabajador.

—Miraban pasar el tiempo a través de la ventana sin descanso, sin esperanza, sin ilusiones.

—¿Quieres tarta, galletas o pastas para merendar?

—Te lo comunicaré a finales de año, unos días antes de las vacaciones de Navidad.

Cuando los elementos de la enumeración constituyen el sujeto de la oración o un complemento verbal y van antepuestos al verbo, no se pone coma detrás del último:

—El perro, el gato, los peces y los pájaros son animales mamíferos.

—De chanchullos, mentiras y fraudes no quiere ni oír hablar.

No obstante, se coloca una coma delante de la conjunción “y” cuando la secuencia que encabeza expresa un contenido (consecutivo, de tiempo, etc.) distinto al elemento o elementos anteriores:

—Hicieron la compra, limpiaron la casa, y se fueron a jugar al parque.

Para finalizar, será recomendable el empleo de la coma cuando une oraciones de cierta extensión y distinto sujeto, y, especialmente, cuando el contenido es también diferente:

—Jaime me comentó muchas cosas acerca de sus problemas conyugales, y yo no supe cómo consolarlo.

—Juan estuvo enfermo toda la semana, y Teresa no apareció por casa.

La coma se sustituye por punto y coma con el fin de separar partes del enunciado que ya llevan comas, pero el último elemento ante el que aparece la conjunción copulativa, va precedido de coma o de punto y coma:

—En el armario puso sus trajes; en los cajones, sus jerseis, y en la mesita todo lo demás.

—Mi jefe, Joaquín Mendoza; la secretaria, Ágata Soler, y todos los empleados se reunieron después de acabar la jornada laboral.

En general, se escribe delante de las conjunciones “y, o, ni” para evitar que se produzcan ambigüedades:

—Casi siempre estudió por las mañanas, y por las tardes nunca trabajó / Casi siempre estudió por las mañanas y por las tardes. Nunca trabajó.

También se ponen comas delante de las conjunciones “y, o y ni” cuando nos encontramos con dos o más oraciones unidas ya por alguna de estas conjunciones, o cuando nos encontramos con dos o más sintagmas que ya contenían dichas conjunciones:

—María duerme poco y come menos, y no deja de trabajar a todas horas.

—Sus novelas son interesantes y bien construidas, y sus poemas bellísimos.

Se escribe una coma para aislar y destacar un vocativo dentro de la frase y cuando el vocativo va en medio del enunciado, se escribe entre comas:

—Escucha, Julio, no quiero repetírtelo dos veces.

—He dicho que vengáis, chicos.

—Acércame, Isabel, el vaso.

Los incisos que interrumpen momentáneamente la idea principal, ya sea para aclarar o ampliar lo dicho, ya sea para mencionar al autor u obra citados, se escriben entre comas. Son incisos:

Los vocativos en medio de las frases que ya hemos nombrado hace un momento:

—Tráeme, Juan, el paraguas.

Las aposiciones explicativas que no debemos confundir con las aposiciones especificativas en las que se destaca algo del grupo:

—El asesor fiscal, Mario Luque, es economista. (Apos. Expli. Solo hay un asesor fiscal que es Mario Luque.) El asesor fiscal Mario Luque es economista. (Apos. Especif. Hay varios asesores fiscales y destacamos a Mario entre ellos.)

Las oraciones intercaladas, como, por ejemplo, las explicativas de relativo, participio o gerundio:

—Las niñas, que sacaron buenas notas, estaban contentas. (En este caso todas las niñas sacaron buenas notas.) Las niñas que sacaron buenas notas estaban contentas. (Sólo algunas niñas sacaron buenas notas.)

—Ana, animada por el resto de sus compañeros, consiguió ganar la carrera.

—El hombre, creyéndose responsable del accidente, decidió entregarse a la policía.

Van también entre comas los casos en que la oración se interrumpe para mencionar el autor u obra citados:

—La razón, dijo un filósofo, la posee quien la ha perdido.

Y, en general, cualquier comentario, explicación o precisión a algo dicho anteriormente:

—Todos mis amigos, incluido Juan, se mostraron encantados con mi propuesta.

—Mi hija nos proporcionó, después de tantos sinsabores, una inmensa alegría.

—Todos me felicitaron, excepto tú.

—Siempre me levanto pronto, salvo los fines de semana.

—Excepto yo, todos se fueron de vacaciones.

—Aquella actriz, esa es la verdad, resultó ser una principiante.

—Ana es, según dicen, una gran cantante.

Cuando se invierte el orden regular de las partes del enunciado, anteponiendo elementos que suelen ir pospuestos, debe ponerse una coma delante de la parte que se anticipa. Pero es de advertir que en las transposiciones cortas y muy perceptibles no se ha de poner esa señal:

—Para escribir una buena novela, se necesita tiempo y dedicación.

—A buen entendedor, pocas palabras bastan.

—A las personas que vengan mañana por la mañana, se les entregará un folleto.

Dentro de este apartado deberán separarse con coma los complementos introducidos por locuciones preposicionales del tipo (en cuanto a, respecto de, a pesar de, a tenor de...), si comienzan frase:

—En cuanto llegaron, se aposentaron en los mejores asientos.

—Respecto a esa cuestión, ya está zanjada.

—A pesar de su interés, no pudo aprobar.

Con frecuencia, se puede tener en cuenta la siguiente norma práctica: si el elemento antepuesto admite una paráfrasis con “en cuanto a”, es preferible usar la coma:

—Trabajo, no le falta.

Si, por el contrario, admite una paráfrasis con las expresiones “es lo que” o “es el que”, no se empleará coma.

—Aspiraciones deberías tener.

También suele anteponerse una coma a una conjunción o locución conjuntiva que une las proposiciones de una oración compuesta, en los casos siguientes:

Usualmente se pone coma delante de las proposiciones coordinadas adversativas introducidas por conjunciones como: pero, mas, aunque, sino, sin embargo, a pesar de:

—Puedes llevarte mi cámara de fotos, pero ten mucho cuidado.

—El avión despegó, a pesar del mal tiempo.

Es conveniente separar la subordinada de la principal, independientemente de cuál sea su orden, llevará siempre comas. Así, va coma delante de las proposiciones consecutivas, concesivas y causales introducidas por (con que, así que, de manera que, puesto que, debido a que, por tanto, aunque, etc.):

—Me suspendieron matemáticas, por tanto tengo que volver a presentarme al examen.

—El sol me está molestando, así que tendré que cambiarme de sitio.

—Está haciendo mucho frío, con que abrígate bien.

—Como ha llovido, las aceras están mojadas.

—Iré mañana a la oficina, puesto que tengo que acabar un informe.

—Debido a que las obras no habían acabado, las clases comenzaron más tarde de lo previsto.

—Tienen frío, porque están tiritando.

—Están de enhorabuena, pues les ha tocado la lotería.

—Le aconsejaron que no viniera, luego no tiene excusa.

En las oraciones condicionales sólo es obligatoria la coma cuando la prótasis (oración condicional) precede a la apódosis (oración principal):

—Si lo conocieras bien, no dirías eso de él.

—Como no te pongas a dieta, estarás gordísima dentro de poco.

En cuanto a las oraciones distributivas, los elementos que introducen estas conjunciones (ora... ora, bien... bien, ya... ya) llevan comas.

—Ya vengas a casa, ya te vayas ahora mismo, me da igual.

—Una de dos, o bien entras de una vez, o bien sales para siempre de esta casa.

En el caso de las locuciones conjuntivas explicativas se ponen siempre entre comas. Es el caso de (es decir, a saber, esto es, o sea):

—Dijo que vendría sobre las dos, es decir, antes de comer.

—Estas dos palabras son homónimas, esto es, suenan igual.

Cuando a “o sea” le sigue “que”, se suele omitir la segunda coma:

—Estaba cansada, o sea que se fue a la cama.

Muchos adverbios, locuciones adverbiales y locuciones conjuntivas han de separarse mediante comas. Entre las más importantes destacamos: efectivamente, realmente, verdaderamente, así, además, en ese caso, en tal caso, en cambio, sin embargo, no obstante, aun así, con todo, por tanto, por consiguiente, pues bien, y las formas concluyentes del tipo en fin, en resumen, en síntesis, en una palabra, por último. Además, si aparecen en medio de la frase van entre comas:

—Por consiguiente, no vamos a tomar ninguna decisión precipitada.

—No obstante, es necesario que tomemos una decisión.

—Efectivamente, no tienes razón.

—Dime, entonces, cuántos caramelos quieres.

—Él, al menos, aprobó la asignatura.

—Tales incidentes, sin embargo, no se repitieron.

—El representante era, quizás, el menos propicio.

—Realmente, no entiendo por qué te marchas.

—En fin, creo que va siendo hora de que tomemos una decisión.

—En este caso, no quiero saber más de este asunto.

—En síntesis, trataremos de mejorar.

—En una palabra, estoy harta.

En los casos en que se produzca una elisión del verbo, porque ha sido anteriormente mencionado o porque se sobreentiende, se escribe en su lugar una coma:

—A mí me encanta la comida italiana; a María, la china.

Se usa coma al final de las oraciones formadas por participio o gerundio:

—Emocionada por la noticia, corrió enseguida a contarlo.

—Saltando y riendo, los niños corrían por el bosque.

Se escribe coma para separar los términos invertidos del nombre completo de una persona o los de un sintagma que integran una lista (bibliografía, índice, fechas...):

—Antonio Buero Vallejo, Historia de una escalera, 11ª ed., Madrid, Espasa Calpe, 1987.

—Construcción, materiales de.

—En un estudio reciente (Bentler, 1992).

—Santiago, 8 de enero de 1999.

También entre el nombre propio y su seudónimo o apodo:

—Mauricio, el gato, era un ladrón profesional.

La coma sirve para separar la parte decimal en las cantidades con decimales, aunque en el ámbito científico este signo suele ser sustituido por un punto:

—2,24/2.24 (ámbito científico).

Se pone coma en la repetición de una misma palabra cuando se quiere explicar algo referente a ella:

—He comprado un magnífico coche, coche que me ha dejado sin dinero en el banco.

En un último lugar, hay una coma que se suele olvidar con facilidad, es la que va delante de la palabra etcétera o de su abreviatura etc., tras hacer una enumeración marcada por comas:

—Trajeron papas, cacahuetes, ganchitos, olivas, etc.



Comas opcionales

En este apartado nos vamos a basar, sobre todo, en el artículo de Ovidio Cordero Rodríguez “La coma, un signo carismático”.

Si ponemos comas en las oraciones copulativas y disyuntivas entre dos secuencias cortas, se consigue transmitir o señalar mayor énfasis. De este modo, destacamos el último término:

—Este domingo por la tarde, iremos al cine, o saldremos a tomar algo.

—Al teatro van tus primos, mis amigos, y la chica que conociste el otro día.

En ocasiones, es necesario el uso de la coma para evitar confusiones, como, por ejemplo, delante de un relativo, si aparece separado de su antecedente:

—Pedro es un amigo de Luis, que vive en Valencia.

También se suele poner coma cuando precede a otra conjunción o cuando se enlazan elementos en los cuales ya existía una conjunción:

—Al final le ha dicho que venga, y porque no dejaba de insistir.

—Comimos y bebimos todo lo que quisimos, y disfrutamos como nunca.

En el caso de las conjunciones o expresiones conjuntivas (pues, por tanto, así pues, por consiguiente...), pueden dejar de ir entre comas si en su entorno aparecen otras comas más importantes:

—Habíamos tenido muchas visitas, estábamos cansados, etc., y no quisimos por tanto salir esa noche fuera.

—Hicimos la compra, limpiamos la casa, y encima llevamos al veterinario mi perro.

Por último, tenemos otro caso, curioso, es el de “por ejemplo”, ya que hay casos en los que no funciona como inciso (entre comas), sino que adquiere un valor adverbial similar al de “como”:

—A veces me voy paseando, por ejemplo cuando voy al trabajo.



Uso incorrecto de la coma

Debe evitarse separar el sujeto y el predicado mediante coma:

—Las estanterías del rincón, estaban perfectamente organizadas.

—Un desgraciado incidente, ocasionó la dimisión de la junta directiva.

Se exceptúan, como ya hemos visto, los casos en que media un inciso entre sujeto y predicado o cuando el sujeto es demasiado largo:

—La nueva terapia, como ya ha quedado apuntado anteriormente, permitirá avanzar en la ciencia.

—Los alumnos de este colegio que hagan siempre los deberes y estudien todas las lecciones del libro, serán premiados con puntos positivos en las notas.

Las oraciones subordinadas sustantivas no se separan con comas de la oración principal:

—Nos prometieron, que vendrían ese domingo a visitarnos.

Tampoco se separan con comas las causales introducidas por la conjunción “porque” a no ser que se trate de una pseudocausal e introduzca una consecuencia y no una causa:

—El suelo está mojado porque anoche llovió.

No debe colocarse la coma detrás de la conjunción “pero” cuando ésta preceda a una oración interrogativa:

—Pero..., ¿te aprobaron al final?

Sí se pueden poner puntos suspensivos:

—Pero... ¿te aprobaron al final?

No se separan tampoco entre comas las consecutivas intensivas con las conjunciones “tan... que, tanto... que, tal... que”:

—Está tan ocupado que apenas tiene tiempo para divertirse.

No se debe poner coma entre las dos partes de un predicado compuesto:

—Los resultados obtenidos en el experimento, y todas las pruebas realizadas en el laboratorio contradijeron la hipótesis e indicaron que ésta era errónea.

No usaremos comas ante paréntesis o rayas:

—Cuando llegó del despacho, —sobre las cinco de la tarde— lo contó todo.

No usaremos tampoco la coma para separar las partes de una medida:

—3 min., 30 seg.

Tomado de Letralia

Este trabajo fue publicado originalmente en la revista Realidad Literal.



Bibliografía

Ortografía de la lengua española, Real Academia Española, Editorial Espasa, Madrid, 1999.
Libro de estilo universitario, Carlos Arroyo y Francisco José Garrido, Editorial Acento, Madrid, 1997.
Manual del español correcto, Leonardo Gómez Tórrego, Editorial Arco/Libros, Madrid, 1996.
Manual de redacción y estilo, Manuel Alvar Ezquerra, Ediciones Istmo, Madrid, 1999.
“La coma, un signo carismático”, Ovidio Cordero Rodríguez, http://www.ocordero.com.
Libro de estilo, Ignacio García Gutiérrez, Ramón Garrido Nombela, Nuria Hernández de Lorenzo, Editorial Comillas, Madrid, 1999.

viernes, 3 de febrero de 2012

El ensayo como genero

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 10:27, under | No comments

Por: Fernando Savater. 
 (Fragmento tomado del libro: El arte de ensayar Circulo de lectores)
«Las obras de arte nunca se acaban ­—dijo  Valéry—: sólo se abandonan.» En el terreno de la escritura, este carácter  perpetuamente  inacabado  de cuanto  el artista  emprende, a lo que sólo la fatiga o la desesperación ponen punto final, tiene su plasmación más nítida en el ensayo. En su origen, el ensayo es la opción del escritor que aborda un tema cuyo tamaño y complejidad sabe de antemano que le desbordan. El ensayista no es un invasor prepotente, ni mucho  menos  un conquistador de la cuestión tratada, sino todo lo más un explorador audaz, quizá sólo un espía, en el peor de los casos un simple fisgón. «Ensayar» es realizar de modo tentativo un gesto que  uno  aún  no sabe  cumplir  con  plena eficacia: como el niño que quiere comer solo y cuya madre le ha cedido la cuchara se lleva un trago tembloroso de sopa a  la   boca, convencido  de que nunca logrará  acabarse todo el plato sin ayuda. También ensaya el actor el papel para cuya representación aún no ha llegado la hora; y cuenta con la simpatía del público escaso que asiste a su esfuerzo,  unos cuantos amigos que tienen  más de cómplices que de críticos severos.

Por eso Montaigne, que juntamente inventó el género y lo llevó a sus más altas cotas de perfección, denomina «ensayos»  a cada uno de los tanteos reflexivos de la realidad huidiza que le ocupan: son experimentos literarios, autobiográficos, filosóficos y eruditos que nunca pretenden establecer suficientemente y agotar un campo de estudio, sino más bien por el contrario desbordarlo, romper sus costuras, convertirlo en estación de tránsito hacia otros que parecen remotos. Montaigne inicia el gesto del sabio que desfila ordenadamente por su saber como por terreno conquistado, pero lo abandona a medio camino para adoptar la actitud más vacilante o irónica del merodeador, del que está de paso, de aquel cuyo itinerario no se orienta según un mapa completo establecido de antemano, sino que se deja llevar por intuiciones, por corazonadas, por atisbos fulgurantes que quizá le obligan a caminar en círculos. Se dirige al lector no como a un discípulo, sino como a un compañero. Hace suyo de antemano lo que luego dejó dicho muy bien  Santayana en su magnífico ensayo Tres poetas filósofos: «Ser breve y dulcemente irónico significa dar por sentada la inteligencia mutua, y dar por sentada la inteligencia mutua quiere decir creer en la amistad».

En la raíz misma del ensayo está pues el escepticis­mo. En este aspecto, es lo opuesto al tratado, que se asienta en la certeza y en la convicción de estar en posesión de la verdad. El tratadista plantea: esto es lo que yo sé; el ensayista se aventura por el territorio  ignoto del · ¿qué sé yo?». El tratadista  arrastra el tema frente al lector, bien encadenado, para que pueda palparle los bíceps y mirarle la dentadura como a un esclavo puesto en venta; en cambio para el ensayista la cuestión abordada permanece siempre intratable,  rebelde, huidiza, emancipada. Mientras el tratadista sabe todo de aquello de lo que habla, el ensayista no sabe del todo de qué habla  y por eso cambia sin demasiado  escrúpulo  de tema, veleidoso, inconstante, un Don Juan de las ideas, pero  un Don  Juan  por  inseguridad o por  timidez,  no por abusiva  arrogancia. De nuevo el maestro  es Montaigne, gran merodeador  en torno  a cualquier punto y a partir de cualquiera, experto en divagaciones, dueño del arte  de la asociación libre  en el plano  especulativo, a quien nunca faltan registros en el perpetuo soliloquio acerca de sí mismo al que con astutos  remilgos nos convida. Por supuesto, el inacabamiento del ensayo  pertenece al plano  temático,  no al formal  Aunque  el ensayista no agota nunca la cuestión que aborda, puede extenuarse  en cambio puliendo sus líneas expresivas y añadiendo puntualizaciones circunstanciales a sus argumentaciones. Así Montaigne retocó  sus ensayos  una  y otra  vez, casi hasta el día de su muerte...

Es característica  del ensayo —este género lo suficien­temente complejo  y ondulante como  para  que sólo  de modo ensayístico podamos  también  referirnos  a él— la presencia más o menos explícita del sujeto que lo escri­be entreverada en sus razonamientos. En el ensayo  el conocimiento y sobre todo la búsqueda de conocimiento tienen siempre voz personal. También  en este punto difiere del tratado. Cuenta  el humorista Julio  Camba que cuando  uno  pide alguna  información a un bobby inglés, el agente responde sin mirarle a los ojos, porque «no  nos responde  a nosotros, sino a la sociedad». El tratado también  prefiere la impersonalidad de la ciencia, que  habla  desde lo objetivamente establecido sin hacer concesiones  a la individualidad  de quien ocasionalmente  le sirve de portavoz. En el ensayo,  en cambio, siempre  asoma  más o menos la personalidad del autor, siempre se hace oír la persona,  lo individual,  la subjetividad  que se asume como tal y se tantea a sí misma al  formar cuerpo con lo objetivamente concretado.

El tratado parece pretender  alcanzar la verdad —aunque no sea más que la verdad científicamente  establecida en un momento dado— mientras  que el ensayo expone  un punto de vista. Y siempre en perspectiva desde dos ojos terrenales  y no desde la clarividente  omnisciencia  divina. Lo cual en modo alguno  implica renuncia a la verdad, por cierto, sino que la persigue por  una vía quizá aún más realista... y verdadera.

Lo malo es que  hoy las cosas  ya están  mucho  más mezcladas que en tiempos de Montaigne. El ensayismo se ha hecho menos literario y más científico, algunos ensayos de ayer son leídos ahora  como cuasitratados, los tratadistas «ensayizan»   voluntariosamente sus  mamotretos para llegar a un público más amplio que el estrictamente académico o especializado. El tratado  tradicional se dirigía a un público cautivo, es decir, que profesionalmente no tenía más remedio que leerlo para graduarse como competente  en la materia; el ensayista en cambio ha buscado siempre lectores misceláneos y voluntarios, reclutados  en todos  los campos sociales e intelectuales, por lo que no tiene más remedio que recurrir a las artes de seducción expresiva. Pero en la actualidad  los públicos cautivos se han hecho escasos y sobre todo  resultan más difíciles de rentabilizar dada la competencia de ofertas, de modo que nadie renuncia del todo a poner su poquito de ensayismo en lo que escribe. Sobre todo cuando el tratadista  es heterodoxo y aventura  planteamientos a los que la oficialidad académica difícilmente brindará su nihil obstat. Tales herejes -que suelen ser los mejores creadores de conocimiento en la modernidad- han de buscar para sus heréticas intu1c1ones o razonamientos el refrendo  de lectores sin cátedra  ni púlpito,  pero  influyentes como opinión pública...