Por: Javier Naranjo, escritor y promotor de lectura
Cuando un grupo hace de su reunión de trabajo una conversación sobre
libros, creo que algo de entrada está bien. Cuando vas en un bus rumbo a unos
talleres de las rondas, y en la banca de atrás alguien a quien aún no conocés
está hablando con otro alguien sobre autores, creo que algo está bien. Cuando
en las conversaciones con los niños te hablan de libros y de sus escritos y
brillan sus miradas, creo que algo está bien. Y esto y muchas cosas más he
percibido en las cuatro rondas a las que fui invitado. Voy a contarlo aquí
atendiendo más a la percepción desde mi experiencia. No soy de cifras, cuadros
estadísticos, tortas (otros son versados en esto). Qué saludable que en el
mundo haya expertos de todo. ¡Maravillas de la diversidad que confortan!
Trataré de dar una mirada desde las sensaciones, las conversaciones, las
evidencias y las reflexiones puestas en común.
Estuve en Aguachica, La Jagua de Ibirico, Valledupar y Caracolicito.
Nombres sonoros de los centros de nodo donde recibimos chicos de todos los
municipios del departamento. Pueblos cálidos en todo sentido. No encuentro otra
palabra más precisa para describir su clima, su gente expresiva, amorosa y
hospitalaria, la risa franca de los niños, los colores de los días, las
tonalidades de los Crotos en los jardines, la exuberancia de algunas formas en
contraste con la arquitectura de las casas sencillas, casi austeras donde se
privilegia la utilidad sobre el artificio. No voy a ampliar particularidades de
cada ronda respecto a procesos de lectura, escritura, relaciones con las
bibliotecas y con los préstamos que hacen en ellas de libros para llevar a
casa. Voy a hablar en general, sin decir lo que conviene, esas frases que uno
cree que espera oír el anfitrión. Por total respeto a lo observado, la
sinceridad antes que nada para contar lo vivido.
Sé que la historia de los procesos de lectura en el Cesar no es de
ahora, la siembra de todo lo que está sucediendo se inició hace mucho con el
señor Carlos Guevara y su bibliobús, y cuando algunos de los promotores de hoy
eran sólo unos pelaitos. Los talleres como tal sí llevan apenas tres años, y ya
se notan unos excelentes resultados. Me acompañan razones: los niños están
leyendo, hay pasión cuando mencionan libros, participan con viveza en las
conversaciones sobre textos preferidos, recomiendan sin ambages. Hay que ver su
seguridad cuando sugieren qué leer y porqué. El listado de libros que hacen es
extenso, y es claro que en muchos casos no es una tarea, no es una lista
arbitraria dictada por alguien para “quedar bien”. Escriben con gusto, con
soltura y en muchos de ellos ya se advierte la influencia de lo que logran los
libros en el pensamiento, en sus destrezas, en sus competencias comunicativas
(como dicen ahora). Hay otras palabras, otras dimensiones que alcanza su
lenguaje, sintaxis afortunadas. Giros, tropos, elaboraciones felices. Pero más
allá de un listado amplio de libros (la mayoría de calidad) que hay en sus
bibliotecas, más allá de los textos que evidencian potencia en el lenguaje,
poesía, lo que se advierte sobre todo cuando se les lee a los niños, cuando se
conversa con ellos sobre lo leído, sobre sus textos y sus sugerencias, es su
atención. Su atención curiosa, inquisitiva que demuestra respeto por la palabra
escrita, por sus virtudes y su poder. Sus ojos asombrados y ensoñadores, que
los llevan contra todas las circunstancias adversas: calor, hambre, problemas
familiares, violencia, a territorios donde todos somos libres. Donde podemos
transformar el metal burdo de nuestras dudas, miedos, dolores, en oro para
vivir mejor los días. No es precisamente evasión, es transmutación mediante la
alquimia de las palabras y del afecto desde donde se brindan. Porque es justo
aquí,reconocer la mística, la calidad humana que tienen muchos de los
bibliotecarios y promotores de lectura que laboran en los municipios. Se
advierte en la mayoría de ellos su amor por lo que hacen. Saben que sólo así se
puede llegar a las personas. No creo tanto en la fuerza de los argumentos, si
no hay ejemplo y entrega amorosa al quehacer, para así poder tocar los
espíritus, y decirles que leer nos cambia, nos da otras coordenadas, enriquece
el mundo que vivimos, nos ayuda a entendernos y a entender a los otros.
Posibilita otras miradas.
Es cierto que no todos los niños están cercanos a la lectura, ni todos
los bibliotecarios y promotores, y muchos padres de familia tampoco. Esta
situación es normal, y lo que muestra es que el trabajo continúa. La lectura no
tiene que ser una cruzada, hay muchos que no leen a quienes podemos llamar
maestros de la vida.
Finalmente quiero expresar mi profundo agradecimiento a Mónica Morón,
a su grupo de trabajo, a los promotores y bibliotecarios, por hacerme partícipe
en esa aventura que merece crecer, ser un ejemplo de formación de lectores en
el país. Ese camino de palabras por tierras de sabios juglares, que tiene un
nombre sonoro: CARACOLÍ DEL CESAR.
Fotografías: Benjamín Casadiego ©2011
Publicado por La Red Departamental de Bibliotecas del Cesar
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