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sábado, 6 de agosto de 2011

A orillas del río Grande de La Magdalena

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 19:38, under | No comments
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A comienzo de semana había acordado con Maira que la actividad del Caracolí del Cesar en Tamalameque la realizaríamos en Puerto Bocas, por eso los niños se presentaron puntualmente a la biblioteca, de tal manera que cuando Maira y yo nos presentamos los chicos estaban diseminados bajo los árboles del parque central del municipio.

Maira abrió la biblioteca y con la ayuda de los niños de más edad, se escogieron los libros de la jornada, se prepararon los morrales, mientras se esperaba el carro que nos conduciría a Puerto Bocas, se les hizo una charla sobre el comportamiento que se debía tener en el sitio donde íbamos a hacer la actividad de lectura.

Llegamos a Puerto Bocas a las nueve de la mañana y nos apeamos del carro en el malecón a orillas del majestuoso río Magdalena. La alegría de los chicos era inmensa, corrieron a situarse bajo la sombra protectora de las ceibas gigantes que adornan el paisaje. Allí a orillas del Gran río nos acomodamos en las sillas que para tal fin habíamos llevado. Los niños hablaban al mismo tiempo, preguntaban y discutían sobre los más variados temas del río. Luego poco a poco hicieron silencio.

Tras ellos, de pié, observaba al grupo de chicuelos absortos observando la corriente, que en su recorrido transporta plantas de Jacinto de agua, la que en la depresión momposina llamamos taruya, y uno que otros troncos que flotan a la deriva. La brisa golpea nuestros rostros y el suave rumor del río parece ejercer una misteriosa y fuerte atracción, pues todos, incluyendo a Petrona y Maira observan callados las pequeñas crestas de las olas que reflejan los rayos del sol con destellos plateados. La brisa fresca golpea nuestros rostros y su caricia nos sosiega el alma.

¿Qué les deparará el futuro a estos niños? Pregunta que duele, pregunta que inquieta mi alma.  ¿Cuál será el escritor de mi pueblo? ¿Cuál el médico? ¿Cuál el abogado, el ingeniero, el político, el pescador, el jornalero?
Viendo a esos chicos, concentrados mirando al río, me vino a la memoria una lectura que hice hace muchos años y me transporté al comienzo del siglo XIX a la isla de Faydeau en Nantes, la ciudad francesa donde nació y pasó su infancia Julio Verne, e igual que los niños de El Caracolí de Tamalameque, lo imaginé sentado a la orilla del río Loira observando la corriente de este y dejando correr su prodigiosa imaginación de niño hacia el territorio de la fantasía, a donde tan solo llegan los niños y los genios, que es lo mismo.

Con dificultad logré abrir los ojos a la realidad y le pedí a los chicos que siguieran observando el río por diez minutos más, y después compartir al grupo los pensamientos y sensaciones que les despierta. Parece que no me oyeron, porque ninguno dijo nada, siguieron embelesados mirando el paisaje, no los molesté más, esperé pacientemente que ellos se sustrajeran del embrujo. Y rato después sacaron sus libretas y comenzaron a escribir sus experiencias. La mayoría mostró un sentido ecológico y amor por la naturaleza salpicado de imaginación y creatividad, pues contaron historias donde querían ser peces o pájaros para ir al otro lado del río y ver que había y quienes vivían allá.

Después de esta actividad se les invitó ir al sitio donde Maira había extendido los morrales para que tomaran los libros de sus preferencias. Así lo hicieron y se sumergieron en su lectura, solo deteniendo para tomar el refrigerio, después del cual continuaron leyendo. El tiempo pasó sin darnos cuenta, fue una jornada agradable que se suspendió a las doce del día cuando el vehículo contratado, llegó para traernos de regreso a Tamalameque y a la realidad.





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