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lunes, 1 de agosto de 2011

¿Cuánta Tierra necesita un hombre?

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 13:05, under | No comments
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Esta mañana, cuando llegué a la biblioteca de Pailitas había aproximadamente doce niños leyendo en silencio, mientras la señora Miriam, la bibliotecaria, ordenaba libros en las estanterías. Llegamos en silencio, mi esposa tomó un libro y yo saqué de mi morral unas hojas de papel donde la noche anterior había impreso un cuento de León Tolstoi, con el que pensaba realizar una actividad con mis alumnos de grado décimo; nos sentamos y nos sumergimos en la lectura.
Quince o diez minutos después, cuando los niños habían terminado su lectura, Miriam nos saludó amablemente y los niños se acercaron a la mesa donde estábamos leyendo y pidieron que leyéramos en voz alta para ellos, mi esposa había leído la vez pasada y señalándome a mi dijo: Le toca a él!
Les dije que bueno, que para mí era grato leer y más si ellos me escuchaban con atención. Les pregunté qué querían que les leyera y uno de los pequeñines señalando las hojas de papel que tenía en mi mano dijo: ¡Eso!
Pensando en que la extensión del cuento de Tolstoi (7) paginas era mucho y que el tema podía aburrirlos —son chicos en edades entre 7 y 11 años— les propuse leer unos cuentos de Rodari. Sonrieron amablemente y moviendo negativamente la cabeza dijeron en coro: Ese! Señalando las hojas que tenía en la mano. Me encogí de hombros pensando —¡Ustedes mismos se lo buscaron!— y les dije en voz alta: ¡Bueno a leer se dijo!
Leí el cuento de Tolstoi y con las hojas leídas les simulaba el plano de las tierras recorridas por Pahom colocando mi cámara fotográfica, mi lapicero, mi billetera y otros enseres pequeños para marcar los puntos del recorrido desde donde se quedó el jefe de los Baskirs y los montones de paja que iba amontonando para delimitar su propiedad.
En las pausas que hacia para explicar el significado de algunas palabras les miraba a la cara tratando de encontrar alguna señal de fatiga o aburrimiento, pero siempre encontraba en sus ojos una lucecita de asombro y de curiosidad que me animaba a seguirles leyendo. Cuando terminé de leer el cuento se me vinieron con un torrente de preguntas que bullían en sus cabecitas: ¿Repita el nombre del señor? ¿Por qué nunca se conformaba con lo que tenía? ¿El criado por qué no lo ayudó? ¿Por qué tuvo que abrirse tanto? Y por último llegaron a la conclusión de que lo mató la ambición. Cuando les inquirí la relación del nombre con la historia una pequeña muy vivaz dijo exactamente: La que necesitaba para ser enterrado.


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