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martes, 10 de mayo de 2011

Con El Caracolí en Chiriguaná

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 13:06, under , | No comments
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Iglesia de Chriuaná Cesar
Estando en la Jagua subí a un destartalado Renault 12 de cojines hundidos. Apretujado y sudorosos se acomodaban conmigo en el carro: Un interiorano, un jaguero, el chofer y yo, nos saludamos con cortesía y partimos con destino a Chiriguaná. Salimos del pueblo por una vía pavimentada, El jaguero que va a mi lado se queja diciendo:  ‹‹La compañía contratista se robó la plata de la carretera y nos hizo esta trocha.›› Se genera una charla dónde el consenso general es que los dineros del estado siempre son saqueados.

Pasamos un pueblo pequeño y lo único interesante que veo es un  cartón claveteado en un árbol, que en letras grandes y ortografía dudosa dice: «Se “bende” preña vieja».Amparándose en la sobra del árbol una señora con dos niños ofrecen a los viajeros una bebida helada. El interiorano pregunta al conductor: «¿Qué clase de bebida venden?» El chofer le miró por el espejo y burlonamente le dijo: «Preña vieja». El jaguero aclaró: «Es vino de palma». Hizo una amplia y detallada explicación de los poderes afrodisiacos de la bebida y los milagros de su fecundidad.

Más adelante a mano derecha muestra la entrada a una hacienda, en ella se encuentran dos soldados imberbes charlando amenamente y el jaguero  comenta: ‹‹Esa hacienda se llama Maquencal›› El interiorano pregunta: ‹‹¿Por qué la cuida el ejército colombiano?›› El jaguero responde con una pícara sonrisa: ‹‹Es propiedad de Tom y Jery››.  Intrigado pregunto: ‹‹¿Quiénes son esos personajes?››. El jaguero que esperaba la pregunta responde con hilaridad: ‹‹Los hijos de Uribe›› y suelta sonora carcajada que es coreada por todos.
Llegamos al siguiente pueblo. El jaguero auto erigido en guía dijo: «Rinconhondo, la cuna de la brujería».  El interiorano incrédulo le indagó: «¿Cómo así?»  El jaguero guardó silencio por varios segundos, como si preparara su discurso, luego sencillamente dijo: «Esta es tierra de brujos y brujas, aquí acostumbran a dejar al visitante pegado a los taburetes» Recordé que Julia Pastora, la directora del taller de San Roque, me había contado lo mismo.

Al fin llegamos a un villorrio  llamado El Cruce donde converge la carretera que viene de Valledupar con la Vía al Mar,  y que une la costa Caribe con el interior del país. En este pequeño poblado estaba la tentación, personalizada en una mulata  joven de piel canela, ojos claros y cabellos lacios. Confieso, no solo yo sucumbí a la tentación, todos, incluyendo al conductor, caímos postrados ante el embrujo de la mulata, que con su gracia y su cimbreante cuerpo de carnes túrgidas nos doblegó.  Todos la asediamos con ansias desmedidas, siguiendo un instinto animal. La acorralamos y a la orilla de la carretera y a la vista de todos saciamos nuestras desbocadas deseos.  Sin ningún recato devoramos su preciado bocado. Al terminar nuestro demencial acto, nos dijo: «Cada uno me debe cuatro mil pesos» No podía creer que tasara en tan poco dinero sus servicios, fueron los chicharrones con yuca más exquisitos que he probado. Luego de tan anti-dietética comilona, cruzamos la carretera y continuamos el viaje hacia Chiriguaná sintiendo un complejo de culpa por habernos atiborrado del temido colesterol.
El carro me dejó en la plaza principal donde la estatua de un indio me dio la bienvenida.

 Curioseé por los alrededores del parque. Vi entrar y salir abogados sin trabajo del edificio de los juzgados. De la alcaldía municipal salieron precipitadamente tres políticos crispados, que discutían acaloradamente con unos maestros municipales. No me interesó la discusión y decidí abandonar la plaza con la sensación de que este era un pueblo rico, pero sus gentes insistían en vivir del presupuesto municipal. Tomé una moto y le dije al conductor que me diera unas vueltas por el pueblo para apreciarlo mejor. Encontré un pueblo mediano, con algunas calles pavimentadas, un comercio incipiente y unos pobladores bullangueros y alegres que se saludaban a gritos. Al pasar por el puesto de policía, salió un agente, nos detuvo y pidió que me identificara y le dijera que hacía en el pueblo. Le mostré mi documentación y al escuchar de mi trabajo frunció el ceño y con la desconfianza marcada en el rostro, permitió que continuáramos. Le dije al moto- taxista que me llevara a la biblioteca.

La biblioteca es un edificio grande, pintado de blanco, de dos plantas con gran presencia arquitectónica. Contrasta con las bibliotecas de los demás pueblos del Cesar. La primera impresión que tuve, fue que ese no era un pueblo con biblioteca, sino una biblioteca con pueblo. Pagué los servicios del moto-taxista y entré a la edificación. El portero me indicó que el taller Caracolí lo estaban realizando en el auditorio del segundo piso. Subí presuroso las escaleras, entré a un auditorio pequeño tipo teatro, con cómodas sillas dispuestas en diferentes niveles, ocupadas por una veintena de jóvenes y unos adultos mayores que discutían sobre la rima y la métrica de la poesía del siglo pasado.

Dirige el taller Manuel Zambrano, periodista oriundo de Chimichagua, propietario de la emisora local de La Jagua de Ibiríco, ganador del concurso departamental de cuento corto hace algunos años.  Rubiela y Yuri bibliotecaria y asistente hacen parte del taller. Me llamó poderosamente la atención Teofrasto, de ochenta años, erguida estatura, pelo blanco y su sombrero de ala corta. Leía unos poemas rimados de su inspiración, siendo escuchados en absoluto silencio por los jóvenes participantes al taller, al terminar hizo una venia y fue premiado con cerrado aplauso. Varios de los talleristas leyeron sus cuentos y finalmente exigieron que Zambrano leyera algo de su creación, este me miró pidiendo mi aprobación, con un movimiento de cabeza asentí y él leyó “La última pelea” un cuento bien logrado con que ganó un concurso departamental de cuentos. Zambrano fue aplaudido. Teofrasto se puso de pié y dijo: «El Coordinador del Nodo también debe leer.  Queremos saber con quién tratamos»Los demás asintieron, no tuve más remedio que leer uno de mis cuentos, que afortunadamente llevaba en el morral. Tuve la impresión de que aprobaron mi cargo de coordinador, por el amable aplauso que me brindaron.

Después de esto generalizamos una amena charla donde me contaron todas sus inquietudes y las expectativas que tenían sobre el taller. Al caer la tarde nos despedimos con apretones de mano y nos citamos para el sábado siguiente.

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