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viernes, 13 de mayo de 2011

Con El Caracolí en Pelaya

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 10:54, under , | No comments
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El automóvil de servicio público en que voy de pasajero rueda a alta velocidad. Los parlantes emiten un corrido prohibido, donde el cantante desafía de malas maneras a otro (debe ser su competencia). El volumen alto de la música me atormenta, el mensaje de la canción me irrita. Respiro profundo, me lleno de paciencia: «Falta poco para llegar» pienso y miro el paisaje. Las verdes montañas desfilan veloces al lado izquierdo de la carretera. Me entretengo tratando de descubrir figuras humanas en las siluetas de los cerros. Viene una curva, el conductor no aminora la velocidad, trata de sobrepasar el carro que va delante. Lo alcanza, entramos a la curva; los carros compiten, uno al lado del otro. Preocupado miro hacia adelante y por el panorámico alcanzo a divisar una enorme tractomula roja que avanza hacia nosotros. La pasajera que va a mi lado grita. El conductor pisa los frenos bruscamente, el carro que compite con nosotros pasa raudo. Nuestro chofer con un diestro movimiento del timón gira a la derecha. Alinea el carro detrás del auto que nos rebasó. La tractomula pasa rugiendo a pocos centímetros. «Ufff» expulso el aire de mis pulmones. El conductor ríe como si hubiera realizado una gran proeza. El silencio se apodera de todos los pasajeros. La música sigue sonando estridentemente. La escucho más alta.

Entramos a Pelaya, una calle ancha nos recibe. Es un municipio agrícola y ganadero. Sus habitantes dicen con orgullo que es el mayor productor de maíz del Cesar. Nuestro automóvil, no alcanza a frenar y pasa abruptamente el resalto que queda frente a la estación de policía, un agente saca la mano y detiene el auto. Nos pide que bajemos del vehículo, se acerca otro agente, nos forman contra el carro y comienzan una minuciosa requisa tanto al auto como a los pasajeros. Después de abrir los maletines y requisar mi morral, nos permiten continuar. Una cuadra más adelante me bajo. Me dirijo a la biblioteca.

Entro por un gran portón y camino por un pasillo cuadriculado con baldosas rojas, al fondo está la biblioteca. Su construcción es igual a la de Curumaní, ésta también fue donada por el gobierno japonés. Entro al gran salón, observo la disposición ordenada de los estantes, al fondo está una señora joven, me mira y se acerca: «Adelante, que se le ofrece» me dice. Le sonrío y me le presento «Soy Diógenes Pino, el nuevo coordinador del Nodo Centro» Ella sonríe, me da su nombre: «Yo soy Amparo, la bibliotecaria» Conversamos por espacio de diez minutos sobre la dinámica del taller y otros temas afines. Le pregunto por el horario del taller, ella se ríe y me dice: «No se preocupe, Eguis y los niños están trabajando. Hoy están en el colegio de enfrente, El Jardín» Me señala hacia la calle, me despido de Amparo y me dirijo al colegio. Cruzo el parque y me detengo en el portón de entrada. Un señor detrás de la reja me dice: «A la orden» Le digo que busco al profesor Eguis, él abre la reja y me dice siga por esa puerta, cruce el patio y al fondo lo encuentra.

Escucho instrumentos musicales, cruzo el patio y por una puerta lateral paso a otro patio. En frente están unos jóvenes ensayando marchas, tocan cornetas, tambores y redoblantes, la tonada la marca un joven que toca una lira. El instructor está frente a ellos indicándoles con los dedos el momento de entrar cada instrumento. No veo a Eguis ni a los talleristas. Un joven vistiendo sudaderas al trote da vueltas por el patio. Espero que pase a mi lado y le pregunto: «¿Dónde encuentro al profesor Eguis? » Sin detenerse me responde señalando frente a él: «por aquella puerta» me dice. Pienso: «Esto es un laberinto» Atravieso el patio y entro a otro patio, al cobijo de la sombra que proyecta un árbol de mango, está Eguis con una treintena de jóvenes realizando el taller. Eguis es Licenciado en Básica Primaria y cursa los últimos semestres de derecho en Bucaramanga. Saludo al grupo. Eguis me presenta con los niños. Hablo con Ellos, sobre el taller, me cuentan sus impresiones, uno de ellos se queja de la bulla que hacen los de la banda cívica que ensayan en el otro patio.

Le pregunto a Eguis, por qué no hace el taller en la biblioteca. El contesta que en el salón de la biblioteca no hay ventiladores y el calor no los deja trabajar, que el taller lo hacía en el patio, pero ahora dictan un curso de peluquería a las madres cabeza de hogar y los niños se distraen. Me contó que la semana pasada lo habían realizado en otro colegio pero hoy se tuvieron que venir de allá porque en el patio estaban ensayando los de la banda municipal de música y que habían conseguido permiso en El Jardín, pero hacía media hora llegaron a ensayar los de la banda cívica. Estaban disgustados, tenían ganas de dar por terminado el taller. Les dije que siguieran trabajando y que aprovecharan la bulla de los músicos e hicieran un cuento que se llamara: «El día que la música perseguía a los niños» Soltaron una carcajada general, sacaron sus libretas y comenzaron a escribir el cuento. Los dejé en esta actividad.

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