«Plátano curmanilero, curmanilero plátano». Miro los cerros que hacen de marco al paisaje. «Plátano curmanilero, curmanilero plátano» Observo por la ventanilla el restaurante que queda a orillas de carretera donde hay varios buses detenidos. «Plátano curmanilero, curmanilero plátano» El bus avanza raudo por la vía pavimentada. En el pequeño televisor pasan una película viejísima de karatecas que dan impresionantes saltos y combaten en el aire como si la gravedad no les afectara.«Plátano curmanilero, curmanilero plátano» A lo lejos se divisa el poblado que abre sus fauces a lado y lado de la carretera, «Plátano curmanilero, curmanilero plátano» Nos acercamos, la carretera se convierte en una calle ancha a cuyos lados hay llanterías, talleres, restaurante de camioneros, posadas, y un comercio que le da vida a este pueblo. «Plátano curmanilero, curmanilero plát…» Tomo conciencia que he venido repitiendo desde hace rato esta frase, especie de trabalenguas con que jugábamos en la niñez. «Plátano cur…» Ordeno a mi cerebro detener la cantinela.
Alcaldía de Curumaní |
De reojo observo las actividades que realiza Geño con el otro grupo, leen un cuento que narra las peripecias de una niña llamada Clara que había perdido un libro. La motivación de esos niños es enorme, participan en voz alta, y ante las preguntas casi todos levantan la mano para contestar, en una competencia maravillosa. «Geño tiene madera de animador de lectura» me dije y continué con mi taller.
Se hace un receso en el taller, Luz Leyis y una madre de familia suministran a los niños refrescos y galletas, para mitigar el sofocante acoso del calor y las fatigas del estomago. La algarabía de los niños es grande, ríen, cantan, aplauden, charlan a gritos entre sí, siento envidia de sus alegrías, de su inocencia y la falta de preocupaciones. «Sabroso ser niño» le digo a Geño. Charlamos de la cantidad de niños y la dificultad del taller en esas condiciones, me comprometo hablar con Mónica. Luz Leyis recoge los vasos y se retira, un niño grita: «Profe ya!» indicándonos que debemos continuar el taller.
A las doce del medio día en punto, terminamos, nos despedimos de los niños, estos nos abrazan y besan en una muestra de cariño colectivo que agrada, nos hacen sentir humanos. Siento lo importante que es este trabajo. Mientras los chicos se alejan de la biblioteca charlamos de nuevo con Luz Leyis y Luis Eugenio sobre las dificultades del taller. Me despido, camino hacia la carretera y a los veinte minutos me subo a un bus con destino a Valledupar, todavía siento en mí humanidad, los abrazos de los niños. Paso mi mano por la mejilla y encuentro en ellos los besos tiernos de esos chicos que antes no conocía y que hoy anidaron por siempre en los pliegues de mi alma. En mi mente, de nuevo,«Plátano curmanilero, curmanilero plát…»
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