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sábado, 14 de mayo de 2011

Con El Caracolí en Tamalameque

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 10:56, under , | No comments
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Salgo del terminal de Valledupar a las tres de la tarde, en una buseta climatizada con varias sillas vacías. Voy solo en mi puesto, esto me da la facilidad de acomodarme a mis anchas, descorro la cortina que cubre la ventanilla. Me encanta ver cómo pasa el paisaje precipitadamente ante mi vista. Observo los árboles que pasan, los potreros y los cerros que desfilan. El verde del paisaje surte en mí un estado de paz, calma mis angustias y acalla mis demonios. Seis y media de la tarde cruzamos la población de Pailitas, empiezo a acomodar mi morral. Con la pretensión de mejorar mi aspecto, paso un cepillo por mis cabellos y acomodo mi hirsuta barba. El bus para en El Burro, pequeño poblado de donde parte el ramal nacional que comunica la vía Al Mar con la depresión momposina.

El Burro se llama así porque en tiempos de la guerra de “Los Mil días” (1899-1902), Las Ávila tenían fincas ubicadas en lo que hoy es el corregimiento de Palestina. Ellas, tenían entre sus semovientes un burro yegüero que cuando percibía en el aire el olor de yegua en celo, no había corral ni cerca de púas que le detuviera. Los rebuznos y retozos del burro, atraían a las cuadrillas en conflicto. Estos se acercaban a las viviendas exigiendo ganado para la alimentación de sus tropas. Por esta razón Las Ávila decidieron, hacer un corral lejos de las viviendas de la finca, para encerrar al burro, para que no oliera yeguas en celo y sus rebuznos no alertaran a los combatientes. El corral desde entonces se llamó “El corral del burro”.

Con la construcción de la carretera central y el asentamiento de poblaciones de desplazados de los santanderes que huían de la violencia política de los años 40s y 50s en el sitio aledaño al “Corral del burro”, donde nacía el ramal carreteable que conduce a Tamalameque, se formó un pequeño poblado que la gente por asociación llamó “El corral del burro”, pero que andando el tiempo su nombre se fue simplificando hasta quedar como ahora lo conocemos “El Burro”.
Me subo a una camioneta doble cabina que va con destino a El Banco. El conductor dice: «Mi carro no tiene aire acondicionado, las ventanas deben ir abiertas». Los pasajeros que van con migo, por su modo de hablar intuyo que vienen de Venezuela. Hablan en voz alta y nada de lo que ven les gusta. Critican al carro donde nos acabamos de embarcar. Hacen comparaciones odiosas entre lo de aquí y lo de allá. Muestran el desarraigo producido por varios años de estancia en la Patria de Bolívar. Me irritan sus cometarios pero tomo la decisión de no intervenir: «Sólo los escucharé» me digo. Critican la vía llena de baches y alaban las autopistas venezolanas.

Iglesia de Tamalameque
La camioneta da un tremendo tumbo que sobresalta a los “venecos” uno de ellos exclama en su hablar característico del país bolivariano «Coño! ¿Qué verga es esta?» El conductor se ríe y les dice burlonamente «El pavimento» En efecto entramos al primer trecho de carretera pavimentada. “Los venecos” se asombran y comentan que por fin llegó la civilización a estos pueblos. El conductor interviene diciendo: «Apenas se comenzó» Avanzamos raudo por el nuevo pavimento alrededor de dos kilómetros y medio. La camioneta da un gran salto seguido de varios bandazos, el conductor ríe y dice: «Se acabó el pavimento» Lo miro por el espejo, le veo la cara de felicidad que lleva, miro por el panorámico al frente y entonces suelto la carcajada, el me mira y se ríe también. En dirección a nosotros viene a toda velocidad un camión. El conductor se ríe de nuevo, le acompaño en su risa. El camión cruza al lado nuestro y nos deja sumido en una gran nube de polvo. Uno de los “venecos” tose, se cubre la nariz con el cuello de la camisa, el otro saca un pañuelo y se cubre la cara. Cuando se aclara la nube de polvo el “veneco que va a mi lado exclama con ira: «¡Este gobierno coño de madre no sirve para un cebillo!» Me mira con odio, por fin comprende de qué nos reíamos.

Para no violentar a “Los venecos” miro por la ventana, el paisaje que veo es de dilatadas sabanas, cubiertas de “tacanes” (nidos de comejenes) que semejan figuras moldeadas en arcilla, fabricadas por alguna cultura extraterrestre. A la distancia diviso una especie de verde bosque tropical y por encima de las copas de los árboles asoma la silueta desafiante de dos torres de telecomunicación y más al fondo los dos tanques elevados del acueducto, siento alivio y mentalmente me digo: «Tamalameque, gracias a Dios» Las primeras casas bordean la carretera, al final se abre una especie de avenida que conduce al centro del pueblo. La camioneta entra por la avenida, el “veneco que va a mi derecha le pregunta al conductor: «¿Que coño es eso?» señala una edificación en cuyo patio se yergue un pequeño complejo de tanques y de tubos que reflejan los últimos rayos del sol. El conductor adoptando una pose circunspecta le contesta: «La fabrica» Me muerdo los labios para no soltar la carcajada.

«¿Fabrica de qué? » inquiere el otro “veneco”. El conductor muy serio les dice: «De microchips de computadoras» y comienza una explicación fantasiosa, dice que los gringos descubrieron que la tierra con que los comejenes hacen sus nidos contiene un material único que sirve para hacer esas diminutas partes de la computadora. Para no reírme de nuevo, pedí que parara el vehículo, pagué y continué a pié riéndome a carcajadas de las ocurrencias del conductor y la descrestada que le había pegado a “Los venecos”. Esa noche dormí como un bendito.
A las nueve de la mañana salí de casa y me dirigí a la biblioteca que queda en el marco de la plaza principal en un anexo de la derruida Casa de la Cultura, en el camino saludé a todos los amigos y familiares que encontraba a mi paso (soy tamalamequero), con algunos me detenía para continuar conversaciones interrumpidas desde mi visita anterior.

Olvidaba contarles que Tamalameque tiene 468 años de fundado y que en épocas de La Colonia sufrió tres grandes incendios, por lo que a pesar de su edad, no posee una arquitectura colonial, sus calles son rectas, con una trama urbana bien definida que en los últimos veinte años ha sufrido un crecimiento tentacular, ya que sus pobladores construyen sus casas buscando la carretera.

En la esquina de la plaza está ubicado El Palacio Municipal, un edificio republicano pintado de blanco y ocre donde se ubican las oficinas de la Alcaldía. En esa misma acera se encuentra la iglesia San Miguel, un templo doctrinero que data de finales del siglo XVI o comienzos de XVII, es una edificación de calicanto, de gruesas paredes que proyectan hacia la calle lateral los estribos que la sustentan. Su interior consta de tres naves demarcadas por gruesas columnas de madera que sustentan un techo de eternit, ya que hace aproximadamente treinta años un cura le quitó el techo original. Al fondo queda el altar mayor y dos altares laterales. El altar mayor esta sostenido por columnas de madera labrada que sostienen una cúpula central y sirven de marco al retablo donde posan la imagen del Santo Cristo en el centro y La virgen María y el Arcángel Miguel a lado y lado.

Diagonal a la iglesia está la Casa de la Cultura, un edificio de dos plantas que imita las construcciones coloniales, pero que fue construido hace aproximadamente 80 o 90 años. Por la voracidad de un alcalde, está ahora abandonado y a punto de colapsar. Frente a la iglesia está la Tarima Pacha Gamboa escoltada por dos currulaos gigantes que adornan sus esquinas delanteras. A su lado el monumento a las tamboras símbolo de nuestra identidad cultural y folclórica. Entre la iglesia y la Casa de la Cultura, haciendo esquina se encuentra la biblioteca un salón de regular tamaño, en su parte frontal muestra un letrero en icopor pintado de rojo que dice: «Biblioteca Ernesto Gutiérrez Barbosa»

Entro a la biblioteca y en ella se encuentra Ciro Mier, un Licenciado en Básica Pimaria con especialización en Pedagogía para la enseñanza de lengua castellana. Ciro lee a un grupo de cuarenta niños un cuento de Jairo Aníbal Niño. No interrumpo, paso por un costado al sitio donde están los libros. Saludo a Mairam la bibliotecaria, le indago sobre las estadísticas de visitas y préstamos de libros y el desarrollo del taller Caracolí, me da respuestas satisfactorias. Ciro termina el cuento, reparte unas fotocopias a los niños, les da unas indicaciones y los deja trabajando. Ciro me saluda y conversamos los tres por espacio de 10 minutos. Mairam se retira de nosotros y comienza a disponer en una bandeja unos vasos con refrigerio. Ciro se dirige a los niños, recoge las fotocopias y les autoriza un receso

Los jóvenes se desordenan, Mairam les habla con energía les hace formar una fila y cuando están bien ordenados comienza a entregarles el refrescos y unas galletas. Entre tanto hablo con Ciro sobre generalidades del taller, el me habla de la capacidad creadora de los talleristas y del entusiasmo que tienen los niños por la lectura. Veinte minutos después reinicia labores con un juego de palabras llamado “Binomio fantástico”. Los niños comienzan su trabajo con mucho entusiasmo, ríen y comentan entre ellos sus propias ocurrencias, les observo con disimulo y pienso: «Se la están gozando» Ciro pide que lean sus creaciones. Varios levantan la mano para leer de primero. Ciro señala una niña, esta se levanta y lee un cuento comiquísimo, que festejan con carcajadas. Luego van leyendo y festejando cada cuento. Hacen comentarios acertados sobre sus historias. Termina la actividad Ciro me presenta ante los niños como Coordinador del Nodo, les saludo y les trato con cariño. Les conozco desde pequeños, conozco a sus padres y conozco a sus abuelos. Terminada la charla, todos me dan la mano y van saliendo ruidosamente de la biblioteca. Nosotros también salimos. Esperamos que Mairam cierre la biblioteca, ya en la calle, Mairam detiene un mototaxi, se monta en él y parte para Puerto Bocas saludándonos con movimiento de manos como lo hacen las reinas. Recuerdo las palabras de Carlos Guevara: «Mairam es una reina que se escapó de un cuento de Tamalameque»

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